Cultura

En la oscuridad del amate

 

Redacción Uriel Guevara
Cátedra: Periodismo y Literatura
Ilustración: Herson Lazo

Apenas pasaban algunos minutos después de las 11 de la noche cuando el constante chillido de las chicharras, el cantar de los grillos y  algunas ranas relancinas; hacían un solo coro con los pasos apurados de Pedro, quien esparcía agua por doquier de los charcos que habían quedado después de la lluvia.

Con una camisa de lana desgastada sobre su hombro, sombrero de pedrería bien encajado en su cabeza y el corvo desenvainado en su mano derecha, caminaba por la vereda del cerro. Ese era el trajín de todos los días, luego de visitar a su novia.

Entre un tumulto de ideas que vagaban por su cabeza, salió a relucir una, una de esas tantas historias de candil, de las que asustan a los borrachos o enamorados, de esas que dicen que a las 12 de la noche sale la llorona o que en los árboles de amate asustan. Una de esas fue la que le quito la tranquilidad a  Pedro, porque ya casi le tocaba pasar por el amate que esta adelantito de la hacienda y para ponerle más emoción al asunto ya casi eran las 12.

Aunque  Pedro era de la idea que esas solo son habladurías de la gente y que los machos no le tienen miedo a nada; los latidos del corazón no dejaron de acelerársele, pero sin chance para pensarla mucho, rodeó su muñeca izquierda con la camisa de manta, con la derecha agarró con firmeza la cacha del corvo y se decidió a pasar.

El árbol de amate era enorme y aunque hacia luna llena, lo tupido de las hojas provocaba una oscuridad inquietante; en una vuelta de esas hasta al más macho se le pone espesa la saliva, así tal cual le paso a Pedro ese día.

Ya casi salía al otro lado y no parecía haber nada distinto, cuando de repente ¡chaaaaz! Se escuchó un chillido bien feo, como el de los chanchos cuando les meten el cuchillo en la vena yugular, pero esta vez era otra cosa porqué también se sentían revoloteos. Abatido por lo que pasaba, empezó a tirar machetazos a diestra y siniestra, en eso que ¡puuuum! Un gran golpe en su pecho, lo que fue suficiente para que barajustará  de ahí…

Después de correr como dos minutos y sin haber recuperado del todo el huelgo, se soltó en carcajadas porque ya había caído en razón de que lo que lo había espantado eran murciélagos que se alimentaban de los frutos que tienen los árboles de amate.

¡Gran susto el que le sacaron solo por ir pensando en vayuncadas!: así se lo contó al tatita Alberto la mañana siguiente cuando iban a tameguar  la milpa.

 

 

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