«Así nos ganamos la vida aquí, de feria en feria»
Entre los trabajadores hay niños que no estudian
Redacción y fotos: Yaditza Villegas Taller de Reportaje
De pronto escucho una risa, es un niño de 11 años de edad juega alrededor del puesto de tiro al blanco, muy alegre y juguetón, parecía querer llamar mi atención, -lo logró- “¿Y a mí no me va a tomar una foto?”, exclamó.
Afirma estar solo en la feria municipal de San Miguel, ayuda a todos, en lo que le manden para ganar un poco de dinero. “Mi mamá no tiene dinero, por eso vengo aquí para llevarle algo a ella”, explicó, a sus 11 años de edad, no estudia, ha repetido primer y segundo grado, pero el próximo año irá a tercero asegura. Es su primera semana de trabajo y dice que le ha ido bien, ha aprendido a manejar el juego de los carritos, muy inquieto me pide que nos acerquemos para poder hacer una demostración.
“Mientras no esté estudiando voy a venir a trabajar, pero cuando estudie no voy a venir”, asegura, quitándose de encima las preguntas incómodas de porque no está en la escuela, aún faltan un par de semanas para culminar el año escolar; el infante comentó que su mamá le da permiso de ir a trabajar a la feria, que se porta bien para que los dueños de los juegos mecánicos le pidan que trabaje y le paguen. Su futuro es incierto, sin educación y con poca estabilidad económica, solo piensa en ayudarles a su mamá y sus abuelos.
El intenso calor podía sentirse en el sitio, un hombre regaba a las 2:00 de la tarde la tierra polvorienta, el vapor y calor se hacían sentir en la piel. Las ventas de dulces atraían a las abejas, un anciano trataba de ahuyentar las moscas y una señora sentada al costado derecho del puesto de dulces pelaba papas y a la vez freía plátanos en una enorme olla de metal, deteriorada por el tiempo.
Al caminar unos cuantos metros hacia adentro del campo de la feria, se podían ver niños corriendo, jóvenes y hombres terminando de armar o ajustando las piezas que restan a los juegos mecánicos. A lo lejos una mujer, de unos 23 años de edad, cargaba un bebé, mientras prepara su venta de papas y elotes locos.
Más al fondo del lugar, se encontraba un señor con un cigarrillo en la mano, inhalando y expulsando abundante humo, se veía muy a gusto acostado en una hamaca, bajo un puesto de juegos de diversión: “Tiro al blanco”, el cual consiste en apuntar sobre unos pequeños soldaditos de plástico, alineados en un stand de madera, cada uno lleva un número, si le das a uno ganas desde un peluche, hasta dinero.
–“Quiere jugar”- me dijo uno de los hombres, sólo sonreí. Saludé y me dirigí con el señor que se encontraba en la hamaca, era delgado, moreno, con un bigote recortado, sus años se notan en su cabello que se va tornando blanco.
El es Carlos Napoleón Granados, de 59 años de edad, residente de la ciudad de San Miguel, quien comentó que desde hace 40 años trabaja en los campos de feria, cuatro décadas de su vida invertidos en este negocio. Son tres establecimientos de juegos de diversión “tiro al blanco”; sus dos hijas e hijo también forman parte de su negocio, ellos junto a dos jóvenes empleados.
Don Napoleón, empezó siendo trabajador a los 19 años de edad, aprendió el oficio y poco a poco formó su propio negocio de juegos de disparo. Se mueve de feria en feria en toda la zona oriental del país, desde que inician las fiestas hasta que terminan, duermen en el lugar donde se establecen y así, descansan durante el día, bajo el sol o bajo la lluvia, el clima no impide que año tras año esta familia se gana la vida en los campos de feria. Suena su teléfono celular, detiene la plática para responder.
Retoma la plática diciendo: – “eso es, así nos ganamos la vida aquí, de feria en feria, nadie nos va a mantener” resume sin contratiempos.
Pasan las horas, y en el campo de la feria, instalado en el Centro de Gobierno Municipal, todos ahí esperan que caiga la noche y cobre vida con las luces de los juegos mecánicos, la música y la comida. La diversión y fiesta para los visitantes, la dura realidad para los feriantes, que día a día trabajan para poder solventar sus necesidades económicas y para los niños que trabajan ahí es igual, tampoco se ve presencia de alguna entidad que vele por su bienestar, que asegure que son tratados bien, que no les falte nada.