
En el oriente del país, la Semana Santa no solo se vive en las iglesias, sino también en los hornos familiares que dan vida al tradicional pan de quesadilla, un ícono de identidad y convivencia.
Por F. Martínez
Cada año, con la llegada de la Semana Santa, las cocinas de muchas familias en el oriente salvadoreño se llenan del aroma característico del pan de quesadilla, una receta que ha pasado de generación en generación. Elaborado con ingredientes sencillos como harina, azúcar, crema, huevos y, por supuesto, queso seco rallado, este pan se convierte en un símbolo de unión familiar y herencia cultural durante los días santos.
Aunque no está ligado directamente a los rituales religiosos, el pan de quesadilla se ha consolidado como parte esencial de las celebraciones. Su preparación suele coincidir con el tiempo de reflexión y ayuno, cuando las familias se abstienen de comer carne y buscan alimentos tradicionales y más ligeros. Además, en esta época es común que se reúnan familiares que viven fuera del país o en otras regiones, y compartir este pan es una forma de celebrar la reunión y mantener vivas las costumbres locales.

En muchas comunidades, especialmente en los departamentos de San Miguel, La Unión y Morazán, la venta y distribución de quesadillas artesanales también se convierte en una pequeña fuente de ingresos para las familias, que aprovechan el momento para hornear en grandes cantidades y ofrecer sus productos a vecinos y visitantes.
Más allá de su sabor dulce y textura suave, el pan de quesadilla representa para los orientales una parte esencial de su identidad. En cada mordida se encuentra no solo una tradición culinaria, sino también la memoria viva de la familia, la fe y la comunidad durante una de las fechas más significativas del calendario salvadoreño.