
La práctica regular de ejercicio físico se ha convertido en una herramienta fundamental para mejorar la salud en todas las etapas de la vida, y en el caso de los adultos mayores, su importancia se multiplica.
Por M. Del Cid
Actividades como caminar, nadar, hacer ejercicios de bajo impacto o practicar yoga, no solo fortalecen músculos y huesos, sino que también ayudan a mantener la autonomía y prevenir enfermedades.
Entre los principales beneficios del ejercicio en la tercera edad se encuentra la mejora de la condición cardiovascular, el control del peso, la regulación de la presión arterial y la reducción del riesgo de padecer enfermedades crónicas como diabetes tipo 2 o artritis. Además, la actividad física estimula la circulación, fortalece el sistema inmunológico y mejora la salud mental.
La flexibilidad es otro aspecto clave que se ve beneficiado con el movimiento constante. A través de ejercicios de estiramiento y movilidad articular, las personas mayores pueden conservar la agilidad, reducir la rigidez muscular y mejorar el equilibrio, lo que disminuye considerablemente el riesgo de caídas y lesiones.
A nivel emocional y cognitivo, el ejercicio también impacta positivamente. Diversos estudios han demostrado que quienes se mantienen activos tienden a tener mejor estado de ánimo, menos síntomas de depresión y un deterioro cognitivo más lento. Esto se debe, en parte, a la liberación de endorfinas y a la estimulación que produce el movimiento en el cerebro.
Por ello, especialistas en salud recomiendan integrar rutinas adaptadas a la edad y condición física de cada persona, con el acompañamiento de un profesional. Promover espacios seguros y accesibles para que los adultos mayores realicen ejercicio regularmente es una inversión en bienestar y en el envejecimiento activo, favoreciendo una vida más plena e independiente.