Quejarse es una reacción humana natural, pero cuando se convierte en un hábito diario, sus consecuencias pueden ser graves. El desgaste emocional y físico provocado por la queja constante afecta tanto al individuo como a quienes lo rodean.
Por Anny Scarlet Martínez
En la vida cotidiana, las quejas suelen ser una respuesta habitual ante situaciones cotidianas como el tráfico, el clima o las presiones laborales. Aunque muchas veces se perciben como una forma inofensiva de liberar tensiones, este comportamiento tiene un impacto profundo en el bienestar de las personas.
El lamento constante no solo afecta la mente, sino también el cuerpo. El estrés generado por la queja crónica contribuye a la aparición de síntomas de ansiedad, fatiga mental y, en casos más graves, trastornos depresivos. Así, la queja se transforma en un ciclo difícil de romper.
Este fenómeno se amplifica en el entorno digital, donde las redes sociales fomentan el intercambio de opiniones negativas, buscando atraer la atención o generar debates. Este tipo de interacción refuerza la visión pesimista de la realidad, extendiendo el impacto del lamento en la vida social.
Desde una perspectiva neurocientífica, el cerebro humano está diseñado para enfocar su atención en lo negativo, un mecanismo que servía para identificar peligros en tiempos ancestrales. Sin embargo, en la actualidad, este sesgo hacia lo negativo puede generar una percepción distorsionada del entorno, aumentando la predisposición a quejarse.
Las personas que se quejan frecuentemente enfrentan dificultades para resolver problemas y tomar decisiones. Este patrón de pensamiento afecta la capacidad cognitiva y emocional, lo que agrava la frustración y perpetúa el ciclo de queja
Para reducir los efectos de este hábito, los expertos sugieren adoptar enfoques más saludables. Fomentar la gratitud, enfocarse en soluciones, modificar el lenguaje utilizado y establecer límites en las interacciones son prácticas efectivas para interrumpir el ciclo negativo de la queja.
Si bien expresar insatisfacción es normal, es crucial evitar que se convierta en un comportamiento crónico. El cambio hacia una actitud más positiva no solo mejora la salud mental, sino también la calidad de vida en general.