
La fruta de pulpa cremosa y sabor dulce se convierte en protagonista de los mercados salvadoreños entre junio y septiembre, marcando una breve pero esperada temporada.
Por J. Chávez
Con la llegada del invierno, los mercados locales se llenan de una fruta que, además de ser un deleite para el paladar, evoca tradiciones y recuerdos: la anona. Su particular forma redondeada, su cáscara verde y rugosa, y su pulpa blanca o rosada, la convierten en una de las frutas más apreciadas por los salvadoreños durante esta época del año.
La temporada de anonas inicia en junio, cuando las primeras lluvias propician su maduración, y alcanza su mayor disponibilidad durante los meses de julio y agosto. En algunos casos, se extiende hasta septiembre, dependiendo del clima y de la zona de producción. Su presencia en los mercados suele ser breve, pero esperada por quienes buscan su sabor dulce y su textura cremosa.
Agricultores y comerciantes coinciden en que la anona alcanza su punto ideal de consumo cuando la cáscara comienza a agrietarse por sí sola, una señal clara de que está lista para disfrutarse. Además de comerse al natural, muchos la prefieren en licuados o como base para postres artesanales.

A la par de su valor nutritivo, la anona tiene un fuerte arraigo cultural. Para muchas personas, su llegada representa una conexión con el campo, con la infancia y con las costumbres de antaño. Aún hoy, en comunidades rurales, es común ver a familias reunidas bajo los árboles de anona compartiendo esta fruta como parte de su vida cotidiana. Aunque su tiempo en los mercados es limitado, la anona vuelve cada año para recordar que el sabor de la tierra también se encuentra en lo simple y en lo nuestro.