
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el estrés como cualquier cambio que genera agotamiento físico, emocional o psicológico. Se trata de una respuesta natural del cuerpo ante situaciones que requieren acción rápida, conocida como “lucha o huida”, en la que el organismo adapta sus recursos para enfrentar amenazas inmediatas.
Por Anny Scarlet Martínez
Aunque esta reacción no es negativa por sí misma, según la Asociación Americana de Psicología (APA), el problema surge cuando el estrés se mantiene en el tiempo. El estrés prolongado puede provocar tensiones musculares que derivan en dolores crónicos, migrañas y malestar en la zona lumbar, además de otros efectos perjudiciales en el organismo.
El estrés continuo afecta sistemas vitales como el respiratorio, generando dificultad para respirar, hiperventilación y ataques de pánico. En el sistema cardiovascular, eleva la frecuencia cardíaca, incrementa la presión arterial y puede desencadenar enfermedades graves como ataques al corazón y accidentes cerebrovasculares.
En el ámbito gastrointestinal, el estrés puede provocar molestias como dolor abdominal, náuseas, diarrea o estreñimiento, e incluso alterar la microbiota intestinal. En casos severos, puede desencadenar vómitos y cambios drásticos en el apetito.
El estrés no solo afecta el cuerpo, sino también la calidad de vida. Comprender sus mecanismos y buscar apoyo, tanto en el entorno como en intervenciones psicológicas, es esencial para prevenir complicaciones y promover el bienestar general.