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Carnavales que dejan huellas: Un viaje al pasado

Alirio Mena, un destacado comunicador salvadoreño de 79 años, nació en el municipio de Cojutepeque el 2 de octubre de 1945. A lo largo de su vida, ha sido testigo de importantes transformaciones en su comunidad. Su viaje a San Miguel lo llevó a convertirse en uno de los principales organizadores del carnaval de esta ciudad oriental, evento que contribuyó a definir por más de 25 años. Mena, quien tiene un conocimiento profundo sobre la historia del Carnaval de San Miguel, comparte con entusiasmo sus recuerdos y vivencias de aquellos primeros años.

Por Katherine Romero / Anny Martínez

«Recuerdo con nostalgia aquellos días de carnavales en San Miguel, cuando la ciudad se transformaba en una fiesta desbordante de colores, música y emoción. Es curioso cómo el tiempo ha pasado, pero las historias de esos primeros carnavales siguen vivas en la memoria de quienes los vivimos», comenta Don Alirio, con una sonrisa que refleja la emoción de revivir esos tiempos.

Uno de los momentos más esperados durante esos carnavales era el desfile, donde las candidatas a reina mostraban su elegancia ante el jurado. «El ambiente era tan vibrante, la multitud tan entregada, que casi se podía escuchar el palpitar de los corazones al ritmo de la música», recuerda. En cada desfile, el jurado, compuesto por figuras de la sociedad local, seleccionaba a las cinco finalistas, aquellas que lograban cautivar al público con su carisma y presencia. De estas, se elegía a la más destacada para coronarla como la Reina del Carnaval Migueleño, un honor que implicaba orgullo y responsabilidad.

Hablar de los carnavales de San Miguel es hablar de su reina, especialmente de la primera que fue coronada hace más de 50 años, ante la mirada orgullosa de los asistentes, entre aplausos y vítores. En esos tiempos, las festividades eran más sencillas, pero la esencia seguía intacta: celebrar la vida y honrar a la Virgen de la Paz, nuestra patrona.

El doctor Miguel Félix Charlaix, fundador del Carnaval Migueleño, marcó un antes y un después en la historia del evento. Junto a su equipo, hizo posible lo que hoy conocemos como uno de los carnavales más importantes del país. Cada año, traía a las mejores orquestas, chicos y grandes se unían al compás de las melodías que inundaban las calles. «Las colonias competían por tener las mejores agrupaciones musicales, y cada barrio se esforzaba por ofrecer lo mejor de sí mismo. Esas eran fiestas en las que no importaba de dónde venías, todos éramos parte de una gran celebración», destaca Mena.

Los carnavales de antaño eran tan concurridos que incluso personas fuera del país esperaban con ansias la festividad. Hoy, el «Carnaval de San Miguel» sigue siendo reconocido no solo a nivel nacional, sino también internacional. Sin embargo, los organizadores se enfrentan al reto de innovar cada año para mantener viva la magia de aquellos primeros carnavales.

Otra de las tradiciones que Mena recuerda con cariño son las competencias de carretones, organizadas principalmente por los vendedores del mercado. Los dueños de los carretones competían por un premio simbólico, pero significativo: un beso de la reina del barrio y una recompensa de 200 colones. Las calles también se llenaban de emoción con las competiciones de encostalados, una de esas pruebas que solo los valientes se atrevían a enfrentar. Y cómo olvidar el famoso “palo encebado”, un desafío en el que los participantes intentaban alcanzar un premio colgado en lo más alto de un palo resbaloso. «Era un tiempo en el que la gente se reunía con entusiasmo para ver quién lograría completar el reto», señala.

«Las festividades comenzaban el 17 de noviembre y culminaban el 21, con la emotiva procesión en honor a Nuestra Señora de la Paz. Los tradicionales ‘carnavalitos’ de barrio y colonia, animados por las mejores orquestas del país, reunían a multitudes», recuerda Mena. «Por solo 25 centavos, podíamos disfrutar de conciertos de bandas como Los Hermanos Flores, La Orquesta de Tito Quinteros y Los Beats. Aunque la entrada era modesta, la energía y el ambiente eran indescriptibles. Cada fiesta, cada baile, cada coro, formaban parte de una memoria colectiva que se construía año tras año».

Las carrozas, verdaderas obras de arte, eran elaboradas por artistas como Luis Castillo, quien además confeccionaba los vestidos para las reinas. «Las calles alrededor de la catedral se llenaban de puestos de comerciantes que vendían todo tipo de productos, y eso también formaba parte de la feria», agrega Don Alirio.

«Hoy, mientras veo cómo han evolucionado los carnavales, me siento agradecido por haber vivido aquellos años dorados, cuando las festividades eran más sencillas, pero al mismo tiempo mucho más cercanas a nuestro corazón», reflexiona. «Aunque los carnavales de hoy son impresionantes y cuentan con una gran producción, nunca olvidaré esos primeros días de fiesta, cuando todo lo que se necesitaba era un corazón lleno de alegría y un espíritu dispuesto a celebrar» concluye.

UNIVO NEWS

Equipo de periodistas, estudiantes, editores y productores de la Carrera de Comunicaciones de la Universidad de Oriente UNIVO.

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