Café y pan, una tradición que define la cultura salvadoreña

El consumo del café marcó la identidad nacional y hoy sigue siendo parte esencial de la vida cotidiana.
Por J. Chávez
El café no solo representa una de las principales exportaciones de El Salvador, también es un elemento profundamente arraigado en la vida cultural y social del país. Su consumo cotidiano, acompañado muchas veces de pan dulce, se ha convertido en un símbolo de hospitalidad y en una costumbre que trasciende generaciones.
Aunque existe la creencia de que el café fue introducido por el expresidente Gerardo Barrios, en realidad su papel fue decisivo al impulsar su cultivo en un momento clave: cuando el añil, hasta entonces base de la economía nacional, comenzaba a perder valor en los mercados internacionales. Con visión estratégica, Barrios incentivó la producción del grano, lo que convirtió a El Salvador en un importante exportador y abrió el camino para el desarrollo económico entre 1860 y 1960.
Más allá de su peso histórico, el café se consolidó como parte de la cultura popular. En los hogares salvadoreños es costumbre ofrecerlo como gesto de cortesía, y la bebida ocupa un lugar especial en las sobremesas de la tarde, entre las dos y las tres, generalmente acompañada de pan dulce: semitas, marquesotes, quesadillas, tortas de yema o salpores, entre otros. Esta práctica no solo satisface el paladar, también reafirma una identidad compartida.
Con el paso del tiempo, la industria restaurantera elevó el café a la categoría de “gourmet”, con preparaciones innovadoras a cargo de baristas que participan en concursos especializados. Sin embargo, el café de las pupuserías, los mercados o el que se prepara en casa conserva un valor incalculable, recordando que la esencia de esta tradición no radica en la sofisticación, sino en el ritual de compartirlo.
Incluso antiguas prácticas, como el café mezclado con maíz o canela, sobreviven en algunas zonas rurales, evidenciando la riqueza y diversidad de formas en que esta bebida ha sido parte del día a día. Y aunque hoy El Salvador se enorgullece de producir uno de los mejores cafés del mundo catalogado internacionalmente como “suave”, en lo cotidiano la costumbre sigue siendo sencilla: una taza caliente acompañada de pan.