Maestra de la vida

Aprender a leer y escribir nunca fue tan complicado para una niña de 6 años, por un lado la maestra me simpatizaba, era bajita, de ojos y cabello negro, muy activa en la escuela atendiendo estudiantes y plantando árboles y flores por doquier, por otro lado, era seria, en clase estricta, no era enojada sino exigente.
Pensaba que la iba a pasar bien pues iba a ser la preferida, pero no fue así, también me tocó estar de plantón por no decir la lección ¡no lo podía creer¡
Yo no alcanzaba el piso, mis pies colgaban en el pupitre lo que era aprovechado por un compañero para quitarme los zapatos y hasta las calcetas para ponerlas como bandera en el palo de un trapeador, se paseaba con ellos por el salón, provocando a la maestra.
En los dos primeros años de estudio aprendí a leer y luego a cantar todos los himnos de Centroamérica, y a respetar esas banderas, a recitar escribir poesía con rima, hacer fono- mímicas, teatro y sobre todo a ayudar a otros, a no burlarme de los que tenían piojos sino buscar remedio para su mal, a compartir la tortilla que llevábamos, así como a jugar peregrina, jacks, chibolas, que en esos tiempos eran con pacunes, una semilla natural muy dura.
Mi maestra trabajaba doble turno en la escuela y triple en la casa, luego de la jornada laboral llegaba a cocinar y luego de servir la comida hacía rondas de juegos, los vecinitos empezaron a llegar; también nos contaba cuentos y leyendas, los fines de semana mientras cosía en su máquina “singer”, al compás del ruido de la rueda nos enseñó a orar.
Nos contaba cuentos, con detalles, con voces que hacían volar mi imaginación, tanto que siempre le preguntaba por otras narraciones. Cuando cumplí 10 años compró dos enciclopedias: Mi Libro Encantado y El Tesoro de la Juventud, la primera colección la tomé como una tarea personal y los leí todos, luego yo le ayudaba a contar cuentos a mis hermanos, empecé a escribir poesía….
Volvió a darme clases de matemáticas en octavo grado, así como ortografía, en esta última era y sigue siendo la mejor.
Fue bueno, excelente tener una madre como maestra, una maestra como madre, ella sigue corrigiendo el uso de las palabras, el trato hacia los demás, pero sobre todo, su vida sigue siendo ejemplar, su testimonio el pilar que nos templa, su amor por Jesús una invitación constante a imitar. Feliz día a los maestros, a las madres y padres maestros que dejan una huella en su alumnos, la huella positiva de haberles legado no solo conocimientos, sino valores, amistad, respeto y amor, como lo hace mi madre.